DETRÁS DE SUS ROSTROS
Por:
René Molina Macha
Ya es media noche y como es costumbre,
mis padres aún no duermen, mientras mi madre alista su maletín para trabajar en
la mañana y mi padre saca sus papeles que va utilizar en la mañana, yo estoy
con la laptop en la mesa del comedor junto a ellos, aumentando el curioso paisaje
del desorden, busco fotos que tengo guardadas y encuentro esto y me pregunto:
¿Qué
hay detrás de esos rostros alegres?
Yo sé
muchas historias que ellos me contaban en sus épocas de juventud, pero no las
sé con detalle, Aquí les cuento estas curiosas experiencias.
Durante
años he visto trabajar a mi madre en lo mismo, con mi tía. en una empresa de
proveedores de alimentos, ella iba a todos los hospitales de Lima e incluso al
mismo palacio de gobierno. Todas las vacaciones de mi etapa escolar la
acompañaba a cualquier lugar donde ella fuese, con todos los tramites que mi
madre hacía, a mi corta edad, era intolerable esperar sentado así que me
escapaba, apenas con ocho años de edad ya conocía todos los pasadizos secretos
que me llevaban de un sector a otro sector y además con mi rollizo cuerpo de
ese entonces y mi rostro angelical que aún conservo, me dejaban entrar a
cualquier lugar que quisiera.
Me
paseaba por todos lados, desde el almacén del Hospital Hemilio Valdizan, que
quedaba más al fondo de donde se ubicaban los cuartos de los locos, hasta la
cochera donde antes era un arenal, donde había un bus antiguo y
viejo, maltratado y oxidado, polvoriento y que apenas dejaba ver su
color, ese enfermizo verde hospital.
Los
guardianes eran los únicos que me prohibían algún acceso, pero
yo me las arreglaba para entrar a donde se me plasca, o me
ocultaba detrás de una señora o tomaba atajos entre las oficinas o me
hacia amigo del guardián.
Incluso
me acuerdo de un señor bien gordo y bonachón, él era mi amigo y me dejaba
pasear por todas las maquinas del Hospital Almenara, me acuerdo que había
bastante vapor y había un enorme caldero, me acuerdo de las válvulas,
escaleras metálicas y muchas otras cosas, claro ahora que lo pienso bien era
muy peligroso estar allí y muy irresponsable actitud por parte del señor, pero
cuando uno es pequeño nada es peligroso. Para mí los hospitales llegaron a ser
centros de recreación y que cada uno tenía una atracción especial.
Mi madre, Ysabel Macha Montoya, segunda
hija de cinco hermanos, conocida por su amor a los niños, detallista, cantante,
excelente cocinera y que ahora no deja de conversar por el facebook, es una
persona que de verdad se esmera por ver a sus hijos felices, no te presiona
para ser un profesional, al menos no mucho, yo no me quejo, ella me dio y me
sigue dando todo lo que necesito. Inspirada por mi abuela quién se esmeraba
igual que ella por ella.
"Tu abuela se rompía el lomo por
nosotros, ella manejaba camión, carros y camionetas, tenía una bolichera,
incluso tenía un grifo y una vez trajo un pingüino a la casa, me acuerdo que
le poníamos un libro entre su aleta, una gorrita y lo hacíamos
caminar por el patio. Mi mamá no paraba en casa porque siempre estaba saliendo
a trabajar pero nos daba todo, vestidos de Italia, espejos carísimos, zapatos
hermosos que muchas veces, la que nos cuidaba se robaba para sus hijas. Siempre
la esperábamos en la puerta preguntándonos ¿qué nos traería esta vez?
¡Ha! eso sí, si se enteraba que nos habíamos portado mal, nos
pegaba ¡duro! y yo como era la penúltima siempre me caía primero porque tu tía
Júlia, quién era la mayor, no paraba en casa". Me contó con risas.
Mi
madre siempre fue una chica risueña y empeñosa, estudió en el Colegio
Mixto San Juan, hasta que se casó a los 17 años con mi padre, por aprobación de
mi abuela. “Si ya era una mujer casada, seré la mejor", me dijo
enérgicamente. Entonces estudió repostería en el Instituto
Angélica Dandi en el Distrito de San Juan de Miraflores, culminando con
satisfacción. No cabe duda que aprendió bien, porque además de vender sus
kekes, ella hace unos postres deliciosos además de ser fanática de
estos, razón por la cual en mi niñez engorde tanto y de igual
manera mi hermano mayor.
Viendo
las necesidades de la casa, estudió corte y confección en el Instituto San
Martín de Porras en el centro de Lima por la Av. Garcilazo de la Vega, ahora
conocido como Wilson. Estoy seguro que mi hermano se lo agradece mucho porque
de pequeño él tenía la costumbre de romper sus pantalones al jugar
fútbol.
Hasta
aprendió a manejar, y un día mientras estudiaba cosmetología en el mismo
instituto, mi tía la llamó para trabajar en la empresa en el año 1992, un año
después de mi nacimiento. Ahora es la representante legal de la Empresa
Proveedora de Alimentos Brezal, ocupándose de la gerencia general de
la empresa.
El
trabajo de mi madre es duro, es estresante, lo sé porque yo la acompañe buen
tiempo y recién el año pasado entre a trabajar en la oficina por una
semana y tardé menos de una semana para darme cuenta que de verdad en la
empresa hay gente incompetente y me refiero a los mismos dueños que son mis
tíos. Además ella también se encarga de la parte ejecutiva y esto le demanda
estar saliendo de lugar en lugar cobrando, y si algo sale mal a ella
le echan la culpa. Sin duda hay que tener carácter para
trabajar allí.
Mi padre, el señor Vidal Molina Ortega,
gran conocedor de autos, conocido como el chato, para mucho tiempo en la
parroquia, nació en 1945, ya presenta sus canas y su sueño cada vez que se
sienta en el sillón, me cuenta que tuvo oportunidades de terminar sus
estudios pero él no podía con su genio, era una persona demasiado activa y
tiene un mucha historias que contar, entre ella sus palomilladas.
Pasó
el tiempo y no culminó sus estudios en el Instituto Psicoformativo de
Psicopedagogía Clínica, él me cuenta que hubo una época de oro, "era como
si me iluminaran", expresó, razón por la cual se volvió autodidacta.
Sin tener profesión comenzó de
microbusero, de la linea 25, y llegó a ser secretario general de la empresa.
Ingresó al terminal pesquero zonal del callao EPSEP como facturador de
amanecida y después de ocho años terminó como jefe de la división de abastecimientos
con siete departamentos a su cargo y tres secretarias, demostrando así su
puro ingenio. Además de evidenciar la poca organización que tenía el
Perú en ese entonces.
Luego trabajó al Instituto Peruano de
Energía Nuclear cómo chofer A3 con un Ford Bronco 4X4, del director del centro
nuclear de Huarangal, el comandante Pereira. Muchos lo llamaban para que
trabajara para otros militares por su buen desempeño como chofer, pero él
prefería trabajar para Pereira, Mientras trasladaba al director y a militares
siempre tocaban temas que él dominaba, por su anterior experiencia en EPSEP. Un
día Pereira le dijo que ya no lo quería como chofer sino como en asistente de
dos gerencias, reactores experimentales y ciencias aplicadas. Penosamente salió
por el nuevo gobierno de Fujimori y la salida del director quien lo convocó a
trabajar con él en transformación alimenticia en el rubro de espárragos,
ocupando el cargo de gerente de producción hasta el cierre de la planta.
Finalmente
hizo taxi personalizado en 1996 con un Toyota Starlet, era el único carro de
ese modelo en todo Lima y tuvo acogida, llego a tener la estima de varios
profesionales
que incluso nos ayudaban y nos invitaban a eventos, pero la acogida terminó cuando
todos ya
tenían
sus propios carros y el auto de mi padre dejó de ser una novedad.
Ahora
con el mismo carro, que lo cuida como si fuera único en el mundo y sorprendentemente mantiene
su salud mecánica, es chofer de mi madre, ambos con los años que les pesan,
cada uno con su genio y personalidad. Juntos no congenian pero ambos se ayudan.
A
pesar de todo ambos tuvieron hermosas experiencias, innumerables historias y
con profesión o sin profesión, ¡Chamba es Chamba!