Por: René Molina
Macha
Su
cuerpo cansado, su rostro arrugado, sus manos toscas y sus ojos gastados, él es
Oscar una gran persona que siempre te saluda cuando pasas a su lado, “Hola
hermanito” siempre dice. Hijo de Esmilda y Oscar, ambos se conocieron en el Cusco
y aquí decidieron hacer su vida. Su esposa Lucy falleció hace ocho años por esa
razón con sus hermanos y su hija, vinieron a probar suerte.
Al principio dormían en los parques, sus hermanos
consiguieron un trabajo y poco a poco podían dormir en un lugar mejor. Pasaron
tres años desde que llegaron del Cusco, comían de sus limosnas, su hija tenía trece años de edad y sus tíos no podían
hacerse cargo de ella y Oscar por su propia iniciativa buscó una solución.
En una misa que se realizó en una iglesia en el centro de
Lima conoció a un padre y como un impulso decidió preguntarle si podría darle
un lugar donde vivir. “Parase como si fuera hace una semana cuando el padrecito
Elias Savaleta me dio donde vivir en 1992, a cambio de limpiar toda la
parroquia. Él me dio un hogar, comida, baño, en fin un lugar donde quedarme con
mi hija. Mis hermanos también vienen de vez en cuando, ellos si consiguieron
donde estar y un trabajo, en cambio yo no recibo dinero pero si el apoyo de
muchos amigos y no me quejo”. Oscarcito con una sonrisa en los labios, un seño
en su frente y mirándome a los ojos, me dijo.
Su voz aun tiene ese dejo característico de aquella
persona que viene de provincia, pero noté que su voz se resquebrajaba de
alegría, cuando me contaba sobre su nieto, “un niño muy despierto como su
abuelo”, dijo orgulloso. Ahora este pequeño es el motivo de seguir trabajando
duro. Su madre también está trabajando fuera de la parroquia y se está apurando
en conseguir dinero para que Josecito pueda ir al colegio, aun tiene tres años.
Él no se considera un conserje, me dijo que se considera
afortunado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario